El amor se halla en esas pocas líneas, el amor tal como lo querría ella y como ya no tiene. O quizá como no lo ha tenido nunca. Porque el amor no es y no puede ser simple afecto. No se trata de costumbre o de amabilidad. El amor es locura, es el corazón que late a dos mil por hora, la luz que surge de noche en pleno atardecer, las ganas de despertarse por la mañana sólo para mirarse a los ojos. El amor es ese grito que ahora la llama y le hace comprender que es hora de cambiar. Él. Recuerda momentos pasados en su compañía, las cosas que siempre se decían, su rostro. Pero no sabíamos hablar. No estábamos hechos el uno para el otro. Hay recuerdos que carece de sentido compartir, ni siquiera con un amigo. Aunque hagan daño. Aunque resulten dolorosos. Podría decirse que en el amor, el dolor es proporcional a la belleza de la historia que has vivido.
Hace tiempo que dejo de haber alegría. No había estremecimiento. No hay nada. Silencio. Miedo. Oscuridad. Y se echa a llorar con rabia. Llora porque no siente lo que le gustaría sentir. Preguntas, demasiadas preguntas para ocultar la única verdad que ya conoce. Pero otra cosa es admitirla. Los días pasan lentos, uno tras otro, sin que sean diferentes. Esos días extraños de lo que uno no se acuerda ni de la fecha. Cuando por un instante te das cuenta de que no estás viviendo. Te está ocurriendo lo peor que te podía pasar. Estás sobreviviendo. Y a lo mejor todavía no es demasiado tarde. Luego, una noche. La noche aquella. De repente. Vivir de nuevo
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